Numerosos cristianos han sufrido persecuciones por parte de personas que no compartían las opiniones cristianas e incluso de otros cristianos de diversas creencias más o menos estrictas durante la historia del cristianismo.
Estas persecuciones tuvieron varios grados de intensidad, desde el arresto sin garantías, la disminución de derechos públicos, el encarcelamiento, el azotamiento y la tortura, hasta la ejecución, llamada martirio, pasando por el pago de un impuesto suplementario, como el caso de los mozárabes, la confiscación de sus bienes o incluso la destrucción de sus propiedades, su arte, sus libros y sus símbolos o la incitación a abjurar de sus principios y delatar a otros cristianos. También llegaron a ser perseguidos por distintos emperadores romanos, como Nerón, que les acusó de quemar algunos barrios de Roma. Otro de estos emperadores fue Domiciano que entre los numerosos cristianos martirizados durante esta persecución estaban Simeón, obispo de Jerusalén, que fue crucificado.
Los católicos arrestaron, juzgaron y condenaron (el castigo máximo era la hoguera) a judíos, paganos y otras minorías religiosas. Sirviendo de inspiración para persecuciones religiosas durante trescientos años fueron más perseguidas las mujeres.
La llamada a la Primera Cruzada desencadenó una serie de persecuciones contra los judíos en los que grupos de cruzados procedentes de Francia y Alemania pertenecientes a las clases sociales más bajas (campesinos en su mayoría) atacaron a las comunidades judías asentadas en Europa. Los defensores judíos de Jerusalén se retiraron a su sinagoga para "prepararse para morir", una vez que los cruzados atravesaron las murallas de la ciudad en la conquista de Jerusalén de el año 1099. La crónica de Ibn al-Qalanisi menciona que el edificio fue incendiado con los judíos dentro de el. Supuestamente, los cruzados se encontraban en ese momento sacudiendo sus escudos mientras cantaban "¡Dios, te adoramos!" y rodeaban el edificio mientras estaba en llamas.
C04 Jacob
C25 Samuel
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