Las leyes medievales decían que un campesino no era dueño de sí mismo. Todo, incluida la tierra que trabajaba, sus animales, su casa, y hasta su comida. Todo esto pertenecía al señor del feudo. Los campesinos estaban obligados a trabajar para su señor.
Su vida estaba llena de castigos. Muchos trabajaban demasiado para producir alimentos para sus familias y para cumplir con su señor. Les estaba prohibido marcharse del feudo sin permiso, y para un campesino, la única manera de conseguir la libertad era ahorrar el dinero suficiente para comprar tierras, o casándose con una persona libre.
En la Edad Media europea la gran mayoría de la gente vivía en pobreza extrema, es decir, con apenas los mínimos recursos para poder sobrevivir y con la muerte como una realidad cotidiana.
La vida de los campesinos era austera. Vestían con ropa hecha con pieles de animales y telas pobres. Para trabajar usaban muy pocas herramientas de hierro, y alguna que otra de madera.
La comida era escasa. Los trabajadores estaban aplastados por el peso enorme de un pequeño sector de explotadores, que se quedaban con casi toda la producción agrícola. El pueblo vivía temiendo el mañana. La posibilidad de sufrir hambrunas era muy común, debido a una mala cosecha. Los pobres temían sobre todo al hambre.
A pesar de la escasez de bienes y comida, no existía el desamparo total. Las relaciones de solidaridad y de fraternidad hacían posible que se redistribuyera la insignificante riqueza, y así se aseguraban la supervivencia de los más pobres. La sociedad medieval era una sociedad de solidaridad porque la pobreza era la suerte común. El sentimiento de estar eternamente acompañado era uno de los más habituales. Más de una familia habitaba una misma casa, varios dormían en un mismo lecho. En el interior de las casas no había paredes verdaderas, sólo colgaduras.
Los hombres y mujeres del medievo nunca salían solos y desconfiaban de quien lo hacía: eran locos o criminales. Cualquier individuo que buscara el aislamiento se convertía inmediatamente en objeto de sospecha o de admiración (como los eremitas), y era tenido por “extraño”. Andar en la soledad era, según la opinión común, uno de los síntomas de la locura. Incluso se consideraba una obra piadosa que se intentara reintegrar a los solitarios a alguna comunidad.
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