las catedrales surgieron como una nueva
construcción, o como evolución de una primigenia iglesia monacal elevada al estatus de sede del obispo.
Las actividades misioneras, el poder eclesiástico y las cuestiones demográficas
son las que han ido determinando qué iglesias merecían y merecen el título de
catedral, al mismo tiempo que surgían, se fusionaban o suprimían las diferentes
diócesis.
En un principio, la iglesia sede del
obispo y cabeza de las demás iglesias de la diócesis no tuvo una tipología
especial. Durante los primeros siglos del Cristianismo y el medievo (siglos IV al XI) las catedrales no se diferenciaban demasiado de otros
centros de culto, como las iglesias monacales o los templos dedicados a los
mártires. Es a partir del siglo XI cuando la catedral va adquiriendo una
configuración y unas dimensiones que la diferencian de los demás templos. Esto
tuvo su momento álgido durante los siglos XIII, XIV, XV y parte del XVI, coincidiendo con el surgimiento del arte Gótico. En esa época, las catedrales adquirieron, además
de la característica que las define, que es ser sede episcopal, otras
connotaciones en las que intervenían la imagen y el prestigio de las ciudades
en las que se construían, determinando una verdadera carrera por hacer de estos
templos edificios grandiosos y monumentales. A día de hoy, la idea de catedral
se sigue asimilando con el estilo Gótico.
los musulmanes habían edificado en aquel solar una suntuosa
mezquita, levantándola justo sobre el emplazamiento donde un día estuvo el sancta sanctórum del Templo de Salomón, y bajo la cual
dejaron al descubierto una gran roca que la tradición asegura que había sido el
lugar en el que Abraham, siguiendo órdenes de Dios, había querido sacrificar a
su hijo Isaac.
Pero aquella roca significaba mucho más.
Para los árabes, justo sobre aquel suelo de piedra había descendido una “escala divina” por la que el profeta Mahoma había logrado ascender en cuerpo y alma a los cielos. Fue aquel un viaje santo en el que dicen que el profeta comprendió la estructura de la creación por gracia del propio Alá, convirtiendo la ciudad en el tercer lugar santo del Islam después de La Meca y Medina. El relato, idéntico en muchos aspectos al que la Biblia atribuyó siglos antes a Jacob –que también contempló otra de esas “escaleras al cielo” camino de Harrán (Génesis, 28)–, debió excitar la imaginación de los cruzados. Si aquella roca era lo que decían los infieles que era, allí debía esconderse una especie de “mecanismo” capaz de conectar cielo y tierra. Una especie de “ascensor” sobrenatural al reino de Dios.
Para los árabes, justo sobre aquel suelo de piedra había descendido una “escala divina” por la que el profeta Mahoma había logrado ascender en cuerpo y alma a los cielos. Fue aquel un viaje santo en el que dicen que el profeta comprendió la estructura de la creación por gracia del propio Alá, convirtiendo la ciudad en el tercer lugar santo del Islam después de La Meca y Medina. El relato, idéntico en muchos aspectos al que la Biblia atribuyó siglos antes a Jacob –que también contempló otra de esas “escaleras al cielo” camino de Harrán (Génesis, 28)–, debió excitar la imaginación de los cruzados. Si aquella roca era lo que decían los infieles que era, allí debía esconderse una especie de “mecanismo” capaz de conectar cielo y tierra. Una especie de “ascensor” sobrenatural al reino de Dios.
a 18 Manasés
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